AMP 2024
Dedico esta conferencia a Angelina Harari quien durante cuatro años condujo, como presidente la vida de la Asociación mundial de psicoanálisis (AMP) con mano dura en algunos momentos y en otros con mano suave, siempre pertinente.
Me corresponde a mí dar el título de los congresos de la AMP*. ¿Por qué es así? Se formó este hábito, se volvió una suerte de tradición -¡peligro! No será siempre así. Pero hay que creer que ese momento aún no llegó. Por lo tanto continúo. Nuestro próximo congreso llevará por título : Todo el mundo es loco[1].
Contexto
Al igual que el título de la actual Conversación – La mujer no existe -, este es un aforismo de Lacan. Fui a pescarlo en un escrito minúsculo, realizado por Lacan a pedido mío. Se trataba entonces de defender el Departamento de psicoanálisis de Vincennes cuya existencia en el seno de la universidad Paris 8 se encontraba amenazada. Por otra parte, aun lo está, todos los años – por razones de coyuntura, y también por una razón de estructura. Como lo escribe Lacan, en verdad, el psicoanálisis no es materia de enseñanza[2]. Esto responde a la oposición, que llamo estructural, entre el discurso analítico y el discurso universitario, entre el saber siempre supuesto en la práctica del psicoanálisis y el saber expuesto que está a la cabeza en el discurso universitario. No desarrollo esta oposición bien conocida por nosotros.
Extraigo este aforismo de algunas líneas escritas por Lacan en un tiempo del que podría decirse que es de ultra tumba, en la medida en que se sitúa luego del Seminario que tituló “El momento de concluir”. Todo lo que Lacan escribió o dijo luego de ese Seminario goza de un estatuto especial de retroacción del conjunto terminado de su enseñanza – uso este término que él usaba también antes de rechazarlo. Lo que da a estas palabras fragmentarias un valor testamentario. Todo el mundo es loco, Lacan lo formuló una sola y única vez, en un texto publicado en una revista que era entonces restringida, Ornicar? Por el hecho que lo he extraído, comentado, repetido, este aforismo entró en nuestra lengua común, la de la AMP, y en lo que podríamos llamar nuestra doxa. Incluso se ha vuelto una especie de eslogan.
En el contexto de la época, fue entendido de una manera que favorece los prejuicios contemporáneos, la reivindicación democrática de una igualdad fundamental de los ciudadanos que se impone a la jerarquía tradicional, deconstruyendo esta jerarquía que regía la relación del médico con su paciente. Lo digo sin nostalgia, puesto que Lacan había anticipado la ideología contemporánea de la igualdad universal de los seres hablantes señalando la fraternidad que debe ligar, según él, al terapeuta y a su paciente. El hombre “liberado” de la sociedad moderna, decía Lacan, debemos recogerlo, lo cito, para abrir de nuevo la vía de su sentido en una fraternidad discreta por cuyo rasero somos siempre demasiado desiguales. [3]
Despatologización
Si se trata de fraternidad, hace tiempo que ha dejado de ser discreta para ser, por el contrario, reclamada a voz en cuello bajo la forma de una igualdad total, completa, de los seres hablantes.
En esas condiciones, no nos sorprendamos de que esta reivindicación igualitaria se traduzca por la desaparición programada de la clínica. Todos los tipos clínicos se sustraen progresivamente del gran catálogo clínico, ya degradado y deconstruido por las ediciones sucesivas del DSM. Y todo esto en un tiempo donde los individuos afectados de un trastorno mental, de una discapacidad, de lo que hace tiempo era juzgado como anormalidad, se asocian y hacen grupo. Grupos fundados jurídicamente, inscriptos, que se constituyen a menudo como grupos de presión – hasta los autistas, hasta los escuchadores de voces, etc. Todo anuncia que la clínica será pronto cosa del pasado. Nos toca poner nuestra práctica al compás de esta nueva era, sin nostalgia, sin amargura, sin espíritu de revancha.
En un contexto tal, el aforismo lacaniano no puede interpretarse de otro modo sino como lo que toma esto a su cargo, y validando un término que de ahora en más tiene vigencia (lo hemos escuchado resonar más de una vez en esta Conversación): la despatologización. No habrá más patologías, en su lugar habrá, hay ya, estilos de vida libremente elegidos – una libertad imprescriptible porque es aquella de los sujetos de derecho. Si puedo decirlo, el derecho prevalece sobre lo torcido. [4]
Freud habla de la sustitución por el principio de realidad del principio del placer. Asistimos a la sustitución por el principio jurídico del principio clínico, que queda asimilado a una supremacía de ahora en más deshonrosos en los regímenes democráticos. Las consecuencias se hacen sentir desde ahora. Para dar un solo ejemplo reciente, la ley adoptada este año por el Parlamento francés implica que será considerado delito toda reserva, reticencia, modulación, como se expresa, que se haga a la demanda de un sujeto – sujeto de derecho – de una transición de género. Fue necesaria la intervención de las instancias de la Escuela de la Causa freudiana para que la Asamblea nacional y el Senado incluyan dos enmiendas que funden la excepción de los terapeutas, con la condición de que sus palabras testimonien prudencia, inviten a la reflexión y no contravengan la benevolencia y el respeto que se imponen ante lo que he llamado la libre elección de su estilo de vida. Un hombre político francés propone hoy incluso, que el cambio de sexo se introduzca en la Constitución francesa y se reconozca como un derecho humano fundamental, hasta ahora olvidado.
En esas condiciones, el aforismo de Lacan formulado en 1978 se entiende como totalmente de acuerdo con la Zeitgeist, el espíritu de los tiempos. Sin embargo, en esta vía, hubiera valido más decir : Todo el mundo es normal.
Una doble paradoja
Decir Todo el mundo es loco, seguido en el texto de Lacan con un es decir delirante, no deja de hacer resonar una suerte de chirrido. En efecto, la imputación de locura y de delirio depende aún de la clínica. Parece que valida el fin de la clínica, pero en términos que pertenecen a la clínica. Además, no es la única paradoja introducida por este aforismo. Todo el mundo es loco, ¿Quién lo dice? No puede ser más que un loco. Por lo tanto, lo que dice es un delirio.
En tanto universal, es el calco exacto del dicho de Epiménides, enunciado en singular con un Yo, Yo miento. Esta doble paradoja está para hacer sospechar que, en el aforismo en cuestión, hay más y tal vez algo diferente de la validación de dicha despatologización.
Confieso que difundiendo este aforismo, recortándolo de su contexto de escritura, elevándolo o rebajándolo a la calidad de un eslogan – ¡cuán eficaz! –, sin duda he favorecido un malentendido que es importante corregir en el momento de hacer de esto el tema de nuestro próximo congreso. Nada más simple: basta con resituar en el contexto de ese breve escrito de donde lo extraje – de lo que voy a ocuparme bajo la forma inevitablemente abreviada que exige la función de cierre que determina mi deber aquí.
Dialéctica para la clínica
Antes de dedicarme a ese trabajo de recontextualización, voy a indicar en una breve digresión cómo podría salvarse la clínica a pesar de toda despatologización. Bastaría recurrir a la dialéctica de Monseñor Dupanloup, puesta a punto para calmar los ardores de aquellos, que en la Iglesia, se rebelaban contra las proscripciones que concernían el progreso, el liberalismo y la civilización moderna articulados en el Syllabus del papa Pío IX. El astuto obispo, portavoz de la corriente liberal, procede distinguiendo dos niveles: aquel que llama la tesis, donde se afirma el principio como absoluto; luego, por debajo, inscribe la hipótesis (en el sentido de lo que está debajo de la tesis), donde triunfa lo relativo. El principio, aunque absoluto en su nivel, deja abrirse un espacio de modulaciones, ciertamente subordinado pero, donde se tienen en cuenta circunstancias, lo que es oportuno y lo que no lo es, necesidades de la operatividad, etc.De este modo, lo absoluto y lo relativo, lejos de contradecirse uno al otro, pueden coexistir como buenos vecinos, a condición de establecer entre los dos términos una jerarquía.
Sirviéndonos de esta dialéctica, la tesis como absoluto sería la desaparición de toda patología y el igualitarismo post-clínico. Sin embargo, en interés del público, para remediar el desorden, incluso las destrucciones, que no dejará de traer aparejado la aplicación ciega del principio absoluto, conservaríamos las distinciones de la clínica al nivel subordinado de la hipótesis. Me permito señalar que esto reconciliaría el punto de vista de mis colegas Dominique Laurent y François Leguil [5] con el mío – tesis para mí, hipótesis para ellos.
Lo que no se enseña
Luego de este excursus, mi primera observación, o rectificación será muy simple: me contentaré con tomar en cuenta la frase que sigue inmediatamente a Todo el mundo es loco, es decir delirante. Esta frase es la siguiente: Esto es lo que se demuestra en el primer paso hacia la enseñanza [6]. Aquí no hay despatologización, sino un rebajamiento, una caída, y por qué no una deconstrucción de lo que es la enseñanza – esto puede parecer sorprendente de parte de un sujeto que celebró sobradamente la posición de enseñante, y que hablaba él mismo de su enseñanza.
En efecto, ¿qué es lo que se demuestra según Lacan – según el ultimísimo Lacan, el ultra Lacan – qué es lo que se demuestra de este modo sino que enseñar no es sino una locura, que la enseñanza es ella es un delirio? El aforismo en cuestión se inscribe así en el marco de una crítica feroz de la función de la enseñanza. Esta crítica feroz – y agregaré, propiamente clínica – enmarca el aforismo Todo el mundo es loco. Releyendo lo que precede en el texto vemos que, desde el comienzo, se trata de una crítica, no de la clínica, sino más bien de toda enseñanza. Se entenderá de ahora en más el eslogan que enuncia: hay que estar loco para enseñar, el que enseña delira. A primera vista, lo que preocupa a Lacan, parece ser la estructura de toda enseñanza.
Curiosa manera de defender el Departamento de psicoanálisis – al que alentó y del que siempre sostuvo su existencia – la de desvalorizar la enseñanza, y particularmente la del psicoanálisis, escribiendo que el discurso analítico no es materia de enseñanza. ¿Y por qué no lo es? ¿Cuáles son las razones que alega Lacan para atacar de este modo la función de la enseñanza?
En primer lugar, el discurso analítico, a diferencia de los otros tres que construyó, no enseña nada porque – Lacan lo enuncia – excluye la dominación. No es discurso del amo que, por excelencia es discurso de la dominación, porque este se establece sobre lo indiscutible de un significante amo. El discurso del amo enseña lo que es un saber, es decir que el saber siempre es siervo de un significante amo – esto no lo desmienten las condiciones de nacimiento de la Universidad, que podemos situar aproximadamente con Carlomagno. No hay sino el discurso universitario para instalar en el lugar dominante un saber que permite, e incluso exige la enseñanza. Finalmente, el discurso histérico hace del sujeto el amo del amo; domina al dominador, y haciéndolo lo pone al trabajo, el de producir un saber que no es el saber siervo del amo. Menos aun el saber amo, es el discurso que empuja a la invención del saber, de modo que Lacan señala la afinidad estructural del discurso de la histérica con el de la ciencia.
El discurso analítico comporta también el lugar de la dominación – arriba a la izquierda en los esquemas de Lacan, para quienes los conocen. Sin embargo, este lugar está ocupado por un elemento que no está hecho para dominar, comandar, someter, sino para causar el deseo: lo que Lacan llama el objeto a. El objeto a causa del deseo, digo, mientras que el deseo no se deja dominar, es reticente a toda orden, a la que desbarata y de la que se burla. ¿Dónde está el saber en este discurso? Está en posición de no ser nunca más que supuesto – y no explícito como en el discurso universitario. Al no ser nunca más que supuesto, sostiene la instancia de la causa del deseo como sub-puesto, causa de la que el analista se hace el semblante. Aquí, no hay enseñanza, lo que no impide que, llegado el caso, sea posible enseñarlo, pero se trata de un saber sin valor de enseñanza, sin orden, ni coherencia, ni sistema – un saber que se sostiene en encuentros aleatorios, sin ley. Por lo tanto, el discurso analítico no domina. Y en particular, no domina su sujeto – a entender como quieran.
La segunda razón que alega Lacan para rehusarle al discurso analítico la capacidad de ser materia de enseñanza: no tiene nada de universal. En efecto, no es de ningún modo para todos. Si puedo decirlo, es para uno solo, para Uno totalmente solo. Solo para él la interpretación puede dar lugar a un saber, que se desvanece desde el momento en que se pretende universalizarlo, hacerlo valer para todos. Traten de explicar a un público amplio el efecto sensacional de una interpretación: solo dará lugar a su carácter banal, o bien discutible.
Introduzco aquí una modulación. Lacan no dice que el psicoanálisis no podría ser materia de enseñanza, sino que el discurso analítico no podría serlo, es decir grosso modo, la práctica del psicoanálisis. Por otra parte, al lado de las teorías del psicoanálisis, existe su historia y los debates que suscitó y que se han depositado. Entendiendo esta división, esta partición entre práctica y teoría del psicoanálisis, no hay ninguna negación del Departamento de psicoanálisis, de la presencia del psicoanálisis en la Universidad. Por el contrario, hay una restricción que abre y libera un campo: la práctica del psicoanálisis no se enseña; a lo sumo, en ocasiones, se supervisa, cada vez un caso singular, el cual no se deja llevar al universal, pero puede elevarse, cuando el caso se presta, a la dignidad del paradigma.
Por lo tanto, se trata de una advertencia de Lacan dirigida a sus alumnos. Sepan bien y háganlo saber que nada de lo que les será enseñado sobre el psicoanálisis en la Universidad les permitirá ahorrarse el hacer un psicoanálisis, será necesario, como lo indica el Prefacio de los Escritos poner de su parte[7], pagar con su persona, y esto como algo muy diferente al de un alumno, como analizante.
De lo imposible a lo necesario
Ordeno la continuación de mi discurso de cierre, que es más bien de apertura, enganchándome a este texto de Lacan, y en primer lugar a la frase que hice colocar en la tapa de estos pequeños escritos reunidos en la colección titulada “Paradojas”. El segundo párrafo comienza con la tercera de las paradojas de este texto: ¿Cómo hacer para enseñar lo que no se enseña?
No es la primera vez que Lacan trasmuta lo imposible en un real. Digamos que pasa aquí de lo imposible a lo necesario. Lo imposible de enseñar, ¿cómo enseñarlo de todos modos? En efecto, si es imposible de enseñar, sin embargo es necesario. Habría que distinguir en primer lugar, enseñar y enseñar, es decir, para retomar el término de Bertrand Russell, estratificar los dos términos. Hay el enseñar tomado del lado de lo imposible, y el enseñar del lado de lo necesario. Ciertamente, es problemático de uno a otro. Este pasaje no es para todos. Lacan deja entender que no concierne a todos, sino a uno, Freud. Porque la frase que sigue lo convoca: En esto precisamente Freud se abrió camino. Hay aquí un privilegio: Freud, el primero y durante largo tiempo, tenía a su cargo enseñar lo que no se enseña, la práctica del psicoanálisis. Y lo hizo pagando con su persona. En la Traumdeutung, entrega numerosos sueños propios y no retrocede jamás en ahondar en sus formaciones del inconsciente para hacer avanzar el psicoanálisis. Ahora bien, lo que vale para él no vale para todos.
Pero, diré, vale también para Lacan. No puede no haber pensado en sí mismo. Sin embargo, no lo dice. Quizá es el único caso en que hace prueba de modestia, porque no era proclive a hacerlo. Dado que Lacan era un reformador de la práctica analítica, ciertamente vale también para él, aunque se haya defendido diciendo que los rasgos por los cuales su práctica se distingue solo valen para él mismo. Imitarlo o no, es responsabilidad de cada uno. Sin embargo, en una ocasión hizo doctrina de la duración variable de la sesión, pero no de su brevedad. Habría mucho para decir de ello, lo que no haré ahora, porque voy a dar cuenta de la frase que sigue, donde figura nuestro aforismo.
“Nada es más que sueño”
Aquí está: “El (Freud) pensó que nada es más que sueño y que todo el mundo (si es lícita semejante expresión) – en efecto, es universal, contrariamente a lo que afirma precedentemente – todo el mundo es loco, es decir delirante”. Las tesis concentradas en esta frase conciernen al sueño, a la locura y al delirio a la vez. Llaman a desplegarlas. Debemos señalar que son atribuidas por Lacan a Freud. También voy a examinar las obras de Freud para esclarecer estas frases, donde está en juego toda la metapsicología y toda la clínica.
Noten que en Lacan, las sesiones no solo son cortas, incluso ultra cortas. Sus escritos siempre están en tensión, una tensión incesantemente en movimiento, unas veces se va por las ramas, asocia, otras da rodeos, su discurso se ajusta bruscamente y dispara una flecha implacable que fulgura. Esta frase es de ese orden. Solo que en este breve escrito todo es escaso, despojado, reducido al hueso.
Empecemos por la proposición nada es más que sueño. Frase que corta el aliento. Nos preguntamos si Lacan pudo escribir eso, puesto que en un Seminario se refiere a la célebre obra de Calderón La vida es sueño para negar la tesis que contiene e invalidarla en lo concerniente al discurso analítico. ¿Si todo es sueño, qué pasa con lo real? Habría que enunciar: nada es real (real en el sentido de Lacan) ¿Lo real es solo ilusión, ficción, incluso delirio? Después de todo, ¿por qué no?
Se evocan aquí las palabras de Lacan que fueron consideradas siempre enigmáticas. En la primera edición francesa del Seminario El sinthome, Lacan señala la homogeneidad de lo imaginario y lo real que pretende está fundado en la estructura binaria del número, antes de referirse a la teoría de Cantor -que encontramos por otra parte, en la continuación de este texto cuya composición analizo de cerca. Es homogéneo a lo que dice bajo la forma nada es más que sueño. La homogeneidad imaginario – real se completa con la notación que el símbolo vuelve sobre lo imaginario [8]. Todo ocurre como si, en relación con las matemáticas que Lacan evoca, y precisamente la teoría de conjuntos, lo real tanto como lo simbólico se reabsorbieran en lo imaginario.
¿No es acaso necesario que se funde la afirmación que nada es más que sueño? Esta supremacía de lo imaginario es la condición sine qua non para que pueda decirse nada es más que sueño. Lacan empezó lo que hay que llamar su enseñanza, acentuando la prevalencia de lo imaginario, por ejemplo en “El estadio del espejo…” ¿No sería la promoción de lo imaginario también lo que aseguraría Lacan al final de la trayectoria de su discurso? Lo que no dejaría de ser satisfactorio para el espíritu que gusta que el discurso se cierre sobre sí mismo. Sin embargo, dejo en suspenso este tema, usando un estilo interrogativo y condicional.
Invención de lo real
Siguiendo este hilo, se encuentra en el texto de la lección IX del mismo Seminario, una segunda afirmación de Lacan. El mismo da cuenta de su distancia de Freud. Dice: La instancia del saber que Freud renueva, quiero decir innova con la forma del inconsciente, no supone en absoluto obligatoriamente lo real del que me sirvo[9]. Retengo de estas palabras que la teoría freudiana del inconsciente, según Lacan, no supone lo real, y que podría sostenerse sin real.
El real en función en el discurso analítico es de su invención. Indica Lacan que es su reacción a la articulación freudiana del inconsciente: reacciona allí inventando lo real. Lacan llega hasta el punto de reducir lo real a no ser más que su respuesta sintomática[10] al inconsciente freudiano. Lo que implica quitarle a este término toda pretensión a lo universal, reducirlo al síntoma de uno completamente solo. Hay mucho para decir sobre esta cuestión, pero abrevio.
Sustituir sin revocar
Freud varió mucho sobre el estatuto de este aparato, de este dispositivo llamado Realitätsprüfung, la prueba de realidad, como se ha traducido. Afirmar, como lo hace Lacan, que nada es más que sueño, es hacer caso omiso a la prueba de realidad, es amputar a la teoría freudiana un término que, sin embargo, parece esencial y que es considerado como tal por los psicoanalistas.
¡Qué descaro reducir a la nada la prueba de realidad, y además, imputándoselo a Freud! Sin embargo, la teoría freudiana no es tan oscura como para no poder discriminar, a través de su obra, entre lo que conservamos y lo que descartamos sobre este punto. Hay lugar para la elección en la obra de Freud – obra que no constituye un jardín a la francesa plantado por Lacan, sino, por el contrario, una jungla. Lacan elige acentuar en Freud lo que relativiza, incluso lo que vuelve ilusoria, la noción misma de prueba de realidad. La cuestión es apasionante para un analista, solo puedo abordarla aquí en corto circuito.
Por esta razón voy a ir inmediatamente al corto y magistral texto de Freud titulado “Los dos principios sobre el funcionamiento mental” – o “psíquico”, según la traducción – de 1911, dejando de lado dos textos que lo preceden, el primero en el “Proyecto de psicología” de 1895, el segundo, el famoso capítulo VII de la Traumdeutung. Dejo también de lado el texto redactado tres años más tarde sobre la metapsicología de los sueños, donde enuncia – creo que por primera vez, como lo indica James Strachey, el admirable traductor de toda la obra de Freud en inglés – que el yo es la sede de la prueba de realidad (señala también esto en su escrito sobre la Verneinung). Freud introduce por primera vez el término prueba de realidad en “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”, pero para señalar en seguida que los procesos inconscientes se burlan de la prueba de realidad, que son impermeables a su acción.
En primer lugar, el texto apunta a articular la relación entre el principio del placer y el principio de realidad. Nos detenemos en la tesis de Freud según la cual el acontecimiento decisivo en el desarrollo psíquico, es el Einsetzung, la instauración del principio de realidad, que constituiría un progreso de la mayor importancia: el principio de realidad se sustituye a lo que era placentero, buscado bajo el imperio del principio del placer, un Lustgewinn, una ganancia de placer, un plus de gozar. Tenemos aquí la satisfacción de encontrar en psicoanálisis un esquema de los más tradicionales, según el cual crecer, alcanzar la madurez, implica renunciar al placer para confrontarse a la dura realidad. ¡Basta de bromas!
Sin embargo, como se ha señalado, el inconsciente no conoce la prueba de realidad.
A esto se agrega una notación esencial de Freud que viene a matizar, incluso contradecir, la idea de una sustitución pura y simple del segundo principio al primero. Freud mismo matiza sus palabras: “En realidad, la sustitución del principio del placer por el principio de realidad no significa una exclusión (Absetzung en alemán) del principio del placer, sino tan solo un afianzamiento del mismo. Se renuncia a un placer momentáneo, de consecuencias inseguras pero tan solo para alcanzar por el nuevo camino un placer ulterior seguro”[11]. Efectivamente – término con el cual traduzco la palabra Wirklichkeit –, esta sustitución permite por el contrario, dice Freud, la preservación, la salvaguarda del principio del placer.
Dicho de otro modo, y para parodiar una frase célebre de Clausewitz, la sustitución permite la prosecución del principio del placer por medio del principio de realidad. Lo que se trata de obtener vía el principio del placer, luego vía el principio de realidad, es siempre el Lustgewinn, según el término empleado alguna vez por Freud y que traduciremos con esta expresión de Lacan: el plus de gozar. Y este se revela, para retomar esta vez una fórmula de Lacan, imposible de negativizar por el principio de realidad.
Sueño y locura
Digamos, haciendo un corto circuito, que si elegimos privilegiar esta perspectiva, y no la de la llamada prueba de realidad, demostramos en qué el estado del soñador es indestructible, que el sueño no es solo ilusión. Despertarse es continuar soñando con los ojos abiertos. En efecto, en este sentido, nada es más que sueño. El delirio pertenece para Freud a lo misma clase de fenómenos psíquicos que el sueño. Esto está enunciado en el prefacio a la primera edición de la Traumdeutung: “…El sueño como primer eslabón de una serie de fenómenos psíquicos anormales, entre cuyos elementos subsiguientes, las fobias histéricas y las formaciones obsesivas y delirantes…”[12] – habría que saber porqué pone a las fobias histéricas y a las obsesiones en este mismo capítulo; no he reflexionado aún sobre ello.
Además, en el capítulo de la Traumdeutung titulado “Relaciones entre el sueño y las enfermedades mentales”, Freud trata en un pie de igualdad sueño y locura. Vemos que cita filósofos para apoyar su tesis – como saben, no es habitual que lo haga. Y bien, allí cita a Kant: El loco es un sujeto que sueña despierto[13] – lo que es verdaderamente una tesis freudiana -; luego a Schopenhauer diciendo del sueño que es una breve locura y de la locura que es un sueño prolongado.
¿Es necesario distinguir rígidamente el sueño como fenómeno universal y la locura que solo alcanza a algunos? El sentido común querría que se los distinguiera, que no se los ponga en la misma clase. Sin embargo, lo propio del psicoanálisis es no ver entre los dos sino diferencias de cualidad y no diferencias de naturaleza, para retomar aproximadamente la orientación de Clérambault evocada ayer por F. Leguil. Es lo propio del psicoanálisis poner estos fenómenos en continuidad, mientras que corresponde a los guardianes de la realidad común discriminar y trazar una línea infranqueable entre lo normal y lo patológico.
A despecho de los cortos circuitos por los que tuve que resolverme para no prolongar indebidamente este discurso de cierre, creo haber propuesto una orientación clara para los trabajos que serán presentados dentro de dos años en nuestro próximo congreso.
Traducción: Silvia Baudini
Relectura : Tomás Verger
*Discurso de cierre de la Gran Conversación virtual internacional de la AMP La mujer no existe, pronunciada el 3 de abril de 2022, en la Maison de la mutualité de Paris en video conferencia.
Versión establecida por Pascale Fari y Ève Miller-Rose con Romain Aubé y Hervé Damase, así como la contribución de Ariane Ducharme, Jean-Claude Encalado, Nathalie Georges y Cecile Wojnarowski. Texto no revisado por el autor y publicado con su amable autorización. Una primera edición fue publicada en la revista La Cause du désir, n° 112 (2022/3), p. 48-75.
[1] Lacan, J., “Lacan por Vincennes”, Lacaniana 11, Grama, Buenos Aires, octubre 2011, p.11
[2] Ibid
[3] Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis”, Escritos 1, Siglo XXI, Bs.As, 2005, p.116
[4] Esta fórmula que señala el lugar del “derecho” en nuestra época, es la inversa de la propuesta por J.-A. Miller para especificar la orientación abierta por Lacan: lo torcido prevalece sobre lo derecho (Miller J.-A., “Nota paso a paso” en Lacan J., Seminario 23 El sinthome, Bs As, Paidós, 2006, p.204)
[5] Cf. Laurent D., “Le pousse-à-la femme: de la structure à la logique” y Leguil F., “L´érotomanie dépathologisée” intervenciones en la Gran Conversación, publicadas en La Cause du désir, n° 112 (2022/3), p. 88-94 & 82-87.
[6] Lacan J., ¡“Lacan por Vincennes”! op.cit.
[7] “Obertura de esta recopilación”, Escritos 1, op cit, p.4
[8] Lacan J., Seminario 23 El sinthome, op cit, p.19
[9] Lacan, J., Seminario 23 El sinthome, op cit, p. 130.
[10] Lacan J., Ibid.
[11] Freud S., “Los dos principios del funcionamiento mental”, Obras Completas, Tomo II, Biblioteca Nueva, España, 1973, p.1641
[12] Freud S., “La interpretación de los sueños” Obras completas Tomo I, Biblioteca Nueva, España, 1973, p. 343
[13] Ibid, p. 402